Beratón tuvo un origen celtíbero, como así lo evidencia la existencia de un castro en el paraje del cerro de San Mateo, a las afueras del actual casco urbano, cuya primera ocupación está datada en la época del Hierro. En el propio Museo Numantino de Soria se conservan piezas líticas fechadas en el año 1300 a.d.c.
Ese pasado celtíbero también fue recogido por autores romanos, como Marcial, que en sus breves epigramas (composiciones poéticas) aludió a ciertos nombres ‘rústicos’ locales del entorno de Beratón y de la comarca. Además, se refirió a parajes con un especial significado, como un encinar orobledal que posiblemente fuera lugar sagrado para los pobladores celtíberos, en el llamado ‘Mons Burado’, a los pies del ‘Mons Canus’ (Moncayo).
El carácter rural y pastoril de Beratón, más aislado y con peores accesos que otros pueblos del entorno de la sierra y de las cercanas tierras ribereñas de la llamada ‘Rinconada’, no dio protagonismos especiales a la rayana localidad soriana. Y eso que la estratégica ubicación de la comarca moncaína hizo que todos la desearan durante la Edad Media. Primero las disputas fueron entre moros y cristianos, y luego entre los reinos de Aragón, Navarra y Castilla. Con el siglo XV llegó la unidad del Reino de España, y también una mayor estabilidad socio-política a esta zona de continuas peleas.
Pero a Beratón no llegó la efervescencia social y cultural de núcleos importantes como Ágreda o Tarazona. Beratón seguía a lo suyo, a la actividad agraria y ganadera. La producción ovina fue relevante en un municipio serrano con abundantes pastos, y en una provincia como Soria, en la que el Concejo de la Mesta tuvo una trascendencia económica fundamental, que convirtió a la provincia en una referencia de primer orden en el conjunto de España. Una consecuencia de la intensa actividad ganadera fue la deforestación que se realizó..
También parece que en el siglo XVII hubo alguna explotación de hierro en las cercanías de la localidad. En este sentido, hay que recordar que este mineral está presente en la comarca, y que ha habido minas de cierta importancia en Ólvega o Borobia, que se han mantenido en algún caso hasta bien entrado el siglo XX .
Precisamente, el siglo XX arranca con un censo que ronda los 400 habitantes. Pero dada la estructura agraria, con muchas limitaciones, pronto comienza la primera emigración de los vecinos de Beratón hacia las minas de hierro de Bilbao.
A partir de la década de 1920, la agricultura vive una expansión en Beraton y se llevan a cabo roturaciones de tierras a pie de la sierra. Pero el siglo XX, que fue muy cruel con la provincia de Soria, aceleró la emigración a partir de 1940 hacia los grandes corredores industriales de provincias como Zaragoza, Bilbao, Barcelona o Madrid.
La despoblación se disparó en la década de 1960, se cerró la escuela y –como en buena parte de la provincia de Soria- la sangría poblacional dejó a Beratón luchando por su superviviencia, superada gracias a la permanencia de algunos agricultores y ganaderos.
Afortunadamente, a partir de 1970 comienza un proceso de recuperación de casas y de reencuentro de muchas familias con el pueblo. En el año 1977 se lleva el agua a las viviendas, y se incrementa la revitalización de Beratón como núcleo de segunda residencia.
Ahora, el reto de Beratón, al igual que el de tantos otros pueblos de Soria, de Castilla y León y de España, es el de afianzar el perfil de ser un asentamiento de segunda residencia, apostando a la vez por la puesta en valor y desarrollo de sus recursos endógenos, que aporten una actividad económica y una fijación poblacional mínima.
Pero el hecho más llamativo y especial para los vecinos de Beratón, que mejor ha quedado grabado en la memoria colectiva de Beratón, es el saqueo realizado por un grupo de ladrones, dirigido por el Tío Chupina, el domingo 8 de febrero de 1874. Los bandidos irrumpieron en la iglesia, cuando todos los vecinos asistían a la misa, y fueron saqueando casa por casa en presencia del propio vecino, que luego era llevado de nuevo al templo.
Al parecer, tras el robo, mientras la banda comía y bebía a su antojo en una de las viviendas, los vecinos lograron escapar de la iglesia -donde estaban encerrados- por el campanario. Tras buscar apoyo en los pueblos de alrededor se produjo un enfrentamiento y una persecución contra la banda, que terminó con la muerte de varios ladrones, entre ellos el cabecilla Chupina.